Me encanta ver cómo la madurez que alcanzó el Diseño Gráfico en el último cuarto del siglo XX ha dado paso a una constante evolución de la industria creativa hasta nuestros días. Me fascina observar cómo los profesionales del diseño, la creatividad y la comunicación -entre los que me encuentro- se especializan y trascienden los ámbitos que tradicionalmente ocupaban para integrar disciplinas y conocimiento que enriquecen cada proyecto transformándolo en una experiencia desafiante, novedosa y memorable.
Al mismo ritmo, de modo natural, aparecen nuevos términos y palabras. Etiquetas, al fin y al cabo. Unas necesarias, para reorganizar el sector. Otras confusas, que ni nosotros mismos somos capaces de entender. Y algunas, definitivamente, engañosas y excluyentes…
Ahora, más que nunca, recuerdo 1984, la novela de George Orwell: la gente puede ser engañada cuando de modo malintencionado se alteran definiciones, se censuran palabras y se crean nuevos términos.
Cambiemos “gente” por “clientes”.
Y encontramos algo que se corresponde exactamente con lo que vivimos hoy: “eso no puede hacerlo un diseñador, debe hacerlo un…” “¿un logotipo? pero si eso ya no vale para nada, necesita una…” “¿branding? no, no, eso está obsoleto, lo que realmente le hace falta es…” “¿un equipo joven? pero si no tienen experiencia en su mercado…” “¿que tienen más de 45? no, no, necesita un equipo joven, con ganas, ideas frescas y atrevidas…”
¿Te suena? Sé que sí.
Son tiempos difíciles. Cada uno debe encontrar su hueco. Y mantenerlo. Pero que sea por la valía, el conocimiento y los méritos propios. Como dice Gandhi: “No apagues la luz del otro para que brille la tuya”
Álvaro Pérez
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